EN AQUEL
LUGAR…
Y salí al encuentro con la vida, llevando como
equipaje tan sólo un morral donde guardé todo aquello que quería ir dejando en
el camino: mis rabias, temores, angustias y todo lo que se fue acumulando a lo
largo de los años.
No tenía un lugar donde llegar, el camino me llevaría
a mi destino, así que tomaría el más largo, agarré el morral, las llaves de la
casa y el carro, cerré todo y me fui. La
mañana se antojaba fresca, soleada y salí de la ciudad. No sé cuántas horas rodé, ya que para no
sentir la presión del tiempo, había dejado el reloj.
Tiempo
después, conseguí un camino entrecortado, de poco acceso y por allí seguí,
descubriendo a lo lejos un lugar mágico, de ensueños. Era un pueblito, pero se veía apacible,
cálido, rodeado por montañas cubiertas aún por la nieve que había dejado la
estación; el sol, queriendo ganarle la
batalla a las nubes, majestuoso se revelaba.
Aparqué el coche, descendí de él y
me quedé contemplando aquel paisaje, respiré profundamente y llené mis pulmones
de aire fresco, los árboles se movían suavemente y se escuchaba a lo lejos el
canto de las aves.
Empecé a caminar rumbo a ese lugar, preguntando a los
lugareños dónde podía encontrar una posada para quedarme y me indicaron un
par. Llegue a la primera que me
indicaron y la sentí acogedora, era muy
agradable, tenía todo lo que necesitaba, así que subí a la habitación que me
asignaron dejé de lado el morral y me
tumbé en el sillón a descansar un poco luego del largo viaje.
No recuerdo cuando me dormí, pero al despertar, me
sentí más calmada, tomé un baño y salí a buscar algo para comer, allí mismo
había un comedor con platos frescos y muy bien preparados, tomé una copa de
vino y conversé un rato con los dueños del lugar, quienes amablemente me
indicaron sitios a los que podía visitar,
inclusive una pequeña capilla
donde el domingo temprano venía el párroco y daba la misa, así que si me
quedaba podía escucharla, ya que había olvidado acudir desde hace tiempo a una iglesia.
Subí a la habitación, me cambié y tomé uno de los
libros que allí se encontraban y luego de un rato, apagué la lámpara y me
dispuse a dormir.
Tuve un sueño reparador, como hacía tiempo no tenía,
el morral a un lado, abierto, al tomarlo, lo sentí menos pesado, luego me bañé
y salí a recorrer los lugares que me habían mencionado y pasé el día completo
recorriendo y degustando manjares y golosinas del lugar.
Para no alargar el cuento, les diré que pasé 4 días inolvidables
y prometí volver, ya que mi morral, el mismo que se fue lleno de cosas amargas
y pesadas, regreso repleto, pero esta
vez, cargado de esperanzas e ilusiones renovadas, ganas y deseos de comenzar
una nueva vida que, sin darme cuenta, descubrí en aquel lugar.
Autora:
Iris Ponce
Abril
13, 2013