ERAN DOS BUENOS AMIGOS…
Iba de regreso a casa una tarde fría como las que presenciábamos desde hace más o menos tres semanas ya que el invierno se aproximaba y me sorprendió no encontrar a la entrada de la estancia meneando su cola con alegría a mi querido amigo y compañero de cuatro patas llamado Salomón.
Le silbé, llamé y nada que aparecía, entré a la casa y busqué por todos los lugares posibles por donde podía estar y no, no le conseguí.
El corazón me dio un vuelco, ¡me lo mataron!, fue lo primero que pensé, porque era demasiado travieso y le gustaba corretear a los automóviles que pasaban por el lugar.
Pregunté a los vecinos si lo habían visto, pero no sabían de él. Triste y con las lágrimas que me corrían a granel; regresaba a casa cuando de repente delante de mí aparece Joselito, el hijo del cuidador de la hacienda que tenía apenas ocho años y tomándome de la mano y esbozando una sonrisa que hizo acallar mi llanto, me dice que él sabe dónde está Salomón.
La vida y la alegría me volvieron al cuerpo y abrazándole le pido por favor me dijera dónde estaba mi perro; y señalando con su dedito lo alto de la colina me dijo “allá está”.
No sabía que Salomón anduviera por esos lados, por eso no había subido esa cuesta a buscarle.
Con la ayuda de Joselito llegamos a una cueva que ya por la hora se encontraba en penumbras, mas no tan oscura que no permitiera ver bien; mas sin embargo, encendí una pequeña linterna de mano que llevaba siempre en el llavero y nos adentramos en la cueva.
Para mi sorpresa, allí estaba Salomón quieto, no se movía y pensé que algo le pasaba, estaba debajo de un pedazo de alfombra y solo porque movió sus ojos supe que vivía; pero mayor sorpresa recibí, cuando a su lado debajo de la alfombra apareció un pequeño y hermoso búho que se pegó a su cara.
Eran amigos! No sabía sí reír o llorar al contemplar la escena, se veían tan lindos debajo de ese pedazo de alfombra!
Salió de debajo moviendo la cola, me lamió la cara; más atrás se asomo su amigo que no era amigo sino amiga quien cobijaba 3 polluelos de búho para protegerlos del frío.
Esa escena se repitió varias veces hasta que pasó el invierno, y el ave con sus crías migró buscando un nuevo hogar; pero jamás olvidó a aquel grande y peludo amigo que a su lado estuvo y de vez en cuando, escuchábamos el ulular cuando sobre el árbol se paraba a saludarle y salía Salomón ladrando para encontrarle.
Y como siempre digo… esta historia se ha acabado!
Autora: Iris Ponce
Abril 15, 2021
Inspiración Visual 192/Imagen B