LA
MUJER EN EL ESPEJO
Hoy se ha levantado y viéndose, se observó
como si fuese la primera vez que veía esa silueta frente al espejo.
Tuvo conocimiento de sí, detalladamente,
contemplo las pequeñas líneas de expresión que comenzaban a surcar sus dulces
rasgos, y las ondas de su cabello suelto y largo ya perdían su color natural y
se veían canas en sus sienes.
Era una persona madura, no de edad
avanzada, pero ya no era la joven que despertaba pasiones, con sólo cerrar y
abrir sus ojos picaronamente y descubrir una sonrisa limpia con una perfecta
dentadura.
Su cuerpo empezaba a mostrar el paso de los
años, sus caderas pronunciadas ya comenzaban a redondearse un poco, sus senos
aun firmes empezaban a perder la lozanía.
Lentamente sintió como una punzada en el
pecho y de repente comprendió que ya no era joven, que ya se habían ido los
mejores años de su vida, pero, al mismo tiempo que sintió ese miedo, sonrió,
¿Cómo puedo tener miedo de empezar a envejecer si he tenido la mejor de las
vidas? Se preguntó.
“Aún conservo a mi lado al hombre al que le
entregue mi juventud, mi amor, y con el he compartido lo bueno y lo malo, los
éxitos y los fracasos, las penas y las alegrías, las angustias y tristezas a lo
largo del tiempo.
Poseemos una casa grande y propia, decorada
a mi gusto, con un estilo clásico y sencillo, lejos de la ciudad y del ruido,
cercada por grandes árboles que dan mucha sombra, donde por las tardes nos
tendemos a leer plácidamente, escuchando el trinar de los pájaros.
Tenemos 3 hijos, los cuales nos han hecho
sentir los Padres más orgullosos del mundo, logrando concretar sus metas y hoy
día son todos profesionales en las carreras que decidieron escoger, tenemos 4
nietos encantadores, que colman mis días de soledad, cuando por alguna razón me
he encontrado sola en casa”.
Luego de esas reflexiones… comprendió que
envejecer como ella lo estaba haciendo, no era malo, no era doloroso, no le
traumatizarían ni las arrugas ni las canas, ya no le importaría que sus senos
comenzaran a perder su dureza, que sus caderas estuviesen engrosando y que los
años llegaran uno a uno.
Lo tenía todo, y daba gracias a Dios por
haber vivido de la manera que hasta hoy lo había hecho.
Volvió a mirarse al espejo, esta vez sin
recelo, sin miedo, tuvo conocimiento del paso del tiempo. Tomo el lápiz labial, pinto sus labios de un
suave color y sonrió, diciendo
alegremente…
Bienvenida la vejez!!!!
Autora: Iris Ponce
mayo 10, 2011