Y ENCONTRÉ AL FIN LA PAZ Y LA LIBERTAD
Les contaré
que aceptando la invitación de unos viejos amigos, me dispuse a disfrutar de
varios días alejada de todo lo que me mantenía estresada, ya que el trabajo en
la oficina estaba ocupando todo mi tiempo y lo poco que dormía me era
insuficiente, así que marche al campo, a vivir con la naturaleza, a ordenar mis
ideas y a relajarme.
A los días de mi llegada, me encontré sola y
descalza caminando por un paraje hermoso, meditando sobre todo lo vivido, lo
pasado, el presente y el futuro que me aguardaba al regresar a la ciudad, el
bullicio del tráfico, de la gente, el encierro y la rutina que estos días tan
calmos me harían olvidar.
Respirando este aire puro, veía cómo
a pesar de una tenue neblina, el sol se imponía y dejaba colar sus
resplandecientes rayos sobre la hierba que, mullida, sentía bajo mis pies. En
este instante éramos sólo este inmenso paisaje que se abría imponente ante mis
ojos, mi soledad y yo.
La calma y la
sensación de libertad eran únicas, dejé que mis pensamientos volaran y sólo me
dediqué a sentir la brisa y el trinar de pequeñas aves que surcaban la pradera,
hasta que de la nada, ante mis ojos, apareció un hermoso corcel, de una belleza inigualable, sin montura lo que significaba que no había sido montado o
al menos eso parecía.
Me acerqué por
un breve instante, pero se alejó y siguió pastando, tranquilo, ignorando mi
presencia y sin más me acomodé de nuevo
en la hierba, pero sin quitar la mirada
de ese hermoso animal que poco a poco se fue alejando, hasta quedarse quieto en
lo alto de la colina, para luego desaparecer.
Me encontré de
nuevo sola, sin más imagen que la de aquel caballo; y echando a volar mi
imaginación me encontré soñando con que era una
seductora y encantadora Amazona buscando en el bosque a su anhelado
Príncipe Azul.
Por supuesto no
lo encontré, pero si hallé algo que ansiaba… la paz, que dibujó en mi rostro
una dulce sonrisa que quedó en mí para recordarme siempre que lo más hermoso que
tenemos es la libertad, y que por ello vale la pena vivir.
Regresé a la
cabaña y entre charla y charla, conté a los amigos mi experiencia de esa tarde
y ese sueño idílico, el cual causó risas a los presentes y un suspiro de
complacencia para mí.
Y así entre
gratos recuerdos concluyó mi hermoso paseo al campo.
Autora: Iris Ponce
Mayo 03, 2013
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