VENDAVAL...
La tarde moría, la noche se
acercaba y con ella, un mal presagio, el cielo, rojo, encapotado, hacía más
denso el ambiente, era extraño, con un tiempo así, el aire debería rugir entre
los árboles, la brisa debería levantar la tierra a su paso; pero no, no era
así, algo raro traía esta tarde en especial.
En las caballerizas, los caballos
se mostraban agitados, intranquilos, relinchaban, como queriendo escapar de
aquél lugar, nadie imaginaba lo que se avecinaba, salvo ellos.
Dicen que los animales tienen ese
sexto sentido que a los humanos nos cuesta detectar, y que tan solo lo vemos, cuando
tenemos encima el problema; pero en esta oportunidad, Pedro el dueño de la
hacienda, si supo lo que avecinaba…
Su olfato auguraba tormenta y sin
pensarlo 2 veces, recordando lo sucedido 5 años atrás en una hacienda aledaña, donde
la tormenta llegó de tal manera, que no se salvó casi nada.
De inmediato llamó a sus peones y
les indicó que aseguraran muy bien los establos, que se hacía necesario buscar
madera para resguardar a los animales que allí se encontraban, las caballerizas
eran seguras; mas sin embargo, tomar las previsiones no estaba de más.
Enlazó a su mejor caballo y con 2
peones más, recorrieron los alrededores, para asegurarse que el ganado estaba
resguardado.
Ya de regreso, sintió la brisa
que se acentuaba, el cielo más oscuro con nubes negras muy cargadas y a escasos
minutos, se desató una lluvia fuerte, densa, casi no se divisaba el panorama,
se resguardó en la casa, su esposa un tanto nerviosa y sus hijos correteando de
arriba a bajo por las escaleras.
Ella se abrazó a él y sólo atinó
a decirle que todo pronto pasaría; pero no fue así, la lluvia siguió
arreciando, se quedaron a oscuras pues
se fue la luz, los niños gritaron ahora
si, asustados, era una gigantesca tormenta, con vientos huracanados y a medida
que transcurrían las horas, se tornaba peor la situación, se aventuró a salir y
lo que veía nada bueno auguraba, se había anegado la caballeriza y 2 de los
caballos estaban ahogados, casi sin vida, entre ellos su mejor caballo.
No supo que hacer, trató de
rehabilitarlo… pero nada, no pudo llamar al veterinario pues las redes
telefónicas se habían caído con la tormenta, donde guardaba el ganado, se habían volado las cercas al
igual que la madera y ya no estaban las vacas, las gallinas, sumergidas en el agua… todo perdido.
Al final, casi amaneciendo, con
el mismo cielo encapotado y enrojecido, pero amainada la tormenta, montado en
la barda donde entrenaban los caballos, lloró su pérdida.
Su hermoso caballo, su compañero
había muerto, solo restaba esperar que bajaran las aguas y comenzar de nuevo...
Autora: Iris Ponce
Inspiración Visual LXXIII