domingo, 8 de marzo de 2015

ESA NOCHE...



ESA NOCHE…

Esa noche, en mi caminar por las afueras del Convento donde fui a visitar a mi tía abuela que hacía vida seglar allí, me llegué sin pensarlo, a un pequeño rincón dónde la música, al acorde de un viejo piano, acompañaba a cuatro o cinco lugareños que sentados y tomándose una copas, tarareaban a su antojo las notas que despedía aquel piano.

Era un local pequeño; acogedor, unas siete u ocho mesas, bien distribuidas que, permitían al dueño, estar atento a cualquier requisito de la clientela.

No sé por qué; pero decidí quedarme allí, era un ambiente cálido, tranquilo y ameno, los que iban llegando se integraban a los que ya se encontraban y entre risas y abrazos, pasaban la velada.

Desde mi rincón los observaba y pensaba en los pendientes del día siguiente; las compras y maletas para partir en dos días; me quedé, pedí una copa de vino tinto la cual fue servida al instante acompañada con canapés de camarones… espectaculares; o tal vez era porque mi estómago ya requería de alimentos.

Ciertamente, era una zona pesquera; y la mayoría de sus habitantes, se dedicaban a esa labor; por ello, los camarones estaban tan frescos que tuve la osadía de pedir otro servicio.

Al cabo de un rato, se me acerca el pianista, en verdad, no le había detallado, ya que mientras tocaba, estuvo rodeado por los que coreaban sus canciones.

Era un hombre alto, de buen ver, con el cabello rubio, ojos claros, color miel; y una estampa gallarda; pero su cara mostraba dolor, angustia… soledad.

Me inspiró confianza y le permití que se sentara a mi lado, se acercó el dueño del local y le sirvió un trago de whisky, barato, y se alejo.

Empezó a conversar, y convino en que jamás me había visto por el lugar, que era la primera vez y que una de las canciones que interpretó la toco para mi.

Vaya! Que honor! Agradecida por su gesto; pero que puedo hacer por usted, le inquirí?

Nada, sólo que, a pesar de estar rodeado de personas conocidas, no me siento capaz de entablar conversaciones con ellas; usted me inspira confianza, respeto y me gustaría estar a su lado, si me lo permite.

Como no tenía nada mejor que hacer en ese momento, acepté su compañía y, entre trago y trago comentó parte de su vida, nada sorprendente por su puesto.  Le comenté que estaba de paso, que estaba allí por unos días, ya que un familiar se hospedaba en la zona.

Fue una conversación amena, hasta que reparé en lo tarde que era y me dispuse a marchar, no sin antes cancelar lo que habíamos consumido; pero él amablemente no me permitió que lo hiciera, con pena le agradecí y salimos. Me abrigué, y dando pasos cortos por lo ameno de la conversación, nos encaminamos hacia el malecón, una brisa fresca nos golpeaba y, al clarear de la luna llena, observamos como la marea, un poco alta, dejaba sentir la fuerza de las olas al romper contra las piedras que dispuestas estaban para frenarlas.

Nos llamó la atención tres sombras que en la oscuridad, arrastraban algo detrás de un peñero que se encontraba ubicado a un costado del malecón y decidimos quedarnos quietos, detrás de unos matorrales, para no ser observados, pues los hombres no daba buena impresión.

Algo se traían, no era nada bueno, lo que arrastraban, de repente empezó a cobrar vida y vimos con estupor que era uno de los señores que horas atrás había estado compartiendo en el local al lado del pianista; que a todas estás no lo he identificado, al igual que yo. Vaya momento para hacerlo; me llamo Angélica; pero mis amigos me llaman “lita” y él se llama Ricardo Espejel.

Al darse cuenta de quien era el hombre al cual estaban agrediendo, la primera reacción de Ricardo fue salir en su defensa; pero éramos 2 contra 3, y yo mujer; más sin embargo luego de sopesar las consecuencias, nos arriesgamos y salimos al encuentro de los malhechores, eso sí armados con piedras que agarramos y guardamos en nuestros sacos, nos hicimos pasar por una pareja de enamorados que paseaban bajo la luz de la luna; y al percatarse de nuestra presencia, quisieron disimular su fechoría; pero al verse descubiertos quisieron agredirnos; haciendo nosotros uso de las piedras que llevábamos logramos persuadir a los desalmados y huyendo del lugar logramos recuperar al caballero que tendido en la arena se limpiaba la sangre que manaba de su cabeza.

Le ayudamos, eran unos aprendices de ladrón que no portaban ningún tipo de armas, pero lo sometieron porque tenía unos tragos demás; le habían dejado sin sus pertenencias, pero estaba vivo, nos agradeció la ayuda y pidió le acompañáramos hacia dónde se hospedaba, cerca de dónde yo lo hacía; lo dejamos instalado en su habitación y luego de comentar lo sucedido, tocó despedirnos; un beso suave rozó mi mejilla y por instinto le devolví el beso, no sin antes sentir el olor suave que desprendía su cuerpo.

Al día siguiente, luego de hacer parte de las compras que me aguardaban me encontré como habíamos acordado, con mi tía, a la que le comenté lo sucedido la noche anterior; y luego de almorzar con ella, la dejé en el Convento y recogiendo mis pasos me dirigía hacia la posada, cuando me conseguí de frente con Ricardo quien me invitó a una pequeña estancia donde vendían dulces artesanales, de lo más pintoresca; y allí sentados, disfrutando de un chocolate y galletas de mazapán (únicas) pasamos la tarde.  Ya se acercaba la hora de la despedida y sentía que algo estaba sucediendo dentro de mi; sentí tener que dejarle; pero al día siguiente tenía que regresar a mi casa.

Me aguardaban mis  pequeños, Candy y Romeo, dos perritos mestizos hermosos, mis guardianes y compañeros y una agenda repleta de compromisos.

Nos intercambiamos direcciones y  teléfonos y acordamos a que cuando fuera a la ciudad, nos encontraríamos.

Así fue como al día siguiente, luego de volvernos a encontrar y de despedirme de mi tía, regresé a casa, donde me embargó la nostalgia…

No habían transcurrido las 3 horas, cuando sonó el teléfono; era Ricardo que quería saber cómo había llegado y entre risas, me comentó que no había llamado antes, porque no quería pecar de indiscreto.

Estuvimos conversando un par de horas y así fue, sin proponérnoslo, como con la cercanía de nuestras voces, nació una bella historia de amor.

Las pláticas continuaron día a día, hasta que una mañana, tocan a mi puerta y con un hermoso ramos de rosas rojas, le vi… apuesto, galán, atractivo, mucho más de cómo lo recordaba; fue un momento maravilloso e inolvidable; nos abrazamos y el impulso hizo que nuestras bocas se juntaran en un interminable beso, que sólo fue roto, por los incontrolables ladridos de mis compañeros.

Largas horas de pláticas, salidas y encuentros románticos, hasta que un día en una preciosa ensenada, tomando mis manos y colocando un anillo en mi dedo, me ofreció matrimonio.

A pesar de que me parecía prematuro, accedí, me llevó a conocer a su familia y luego de varios meses, nos casamos; hoy día, felizmente comprometidos con esta unión esperamos nuestra primera descendencia, una preciosa niña que hará que nuestra dicha y felicidad sea aún mayor.

Dios nos ha bendecido y le agradezco a la vida haber conocido a Ricardo en ese paseo que hice.  De eso hace ya 3 años; aún sigo visitando a mi tía; pero con él y nuestra pequeña, Ah! junto con Candy y Romeo, que conforman este hermoso grupo familiar.


Autora: Iris Ponce


No hay comentarios:

Publicar un comentario