ESA NOCHE…
Esa noche, en mi caminar por las
afueras del Convento donde fui a visitar a mi tía abuela que hacía vida seglar
allí, me llegué sin pensarlo, a un pequeño rincón dónde la música, al acorde de
un viejo piano, acompañaba a cuatro o cinco lugareños que sentados y tomándose
una copas, tarareaban a su antojo las notas que despedía aquel piano.
Era un local pequeño; acogedor, unas
siete u ocho mesas, bien distribuidas que, permitían al dueño, estar atento a
cualquier requisito de la clientela.
No sé por qué; pero decidí
quedarme allí, era un ambiente cálido, tranquilo y ameno, los que iban llegando
se integraban a los que ya se encontraban y entre risas y abrazos, pasaban la
velada.
Desde mi rincón los observaba y
pensaba en los pendientes del día siguiente; las compras y maletas para partir
en dos días; me quedé, pedí una copa de vino tinto la cual fue servida al
instante acompañada con canapés de camarones… espectaculares; o tal vez era
porque mi estómago ya requería de alimentos.
Ciertamente, era una zona pesquera;
y la mayoría de sus habitantes, se dedicaban a esa labor; por ello, los
camarones estaban tan frescos que tuve la osadía de pedir otro servicio.
Al cabo de un rato, se me acerca
el pianista, en verdad, no le había detallado, ya que mientras tocaba, estuvo
rodeado por los que coreaban sus canciones.
Era un hombre alto, de buen ver,
con el cabello rubio, ojos claros, color miel; y una estampa gallarda; pero su
cara mostraba dolor, angustia… soledad.
Me inspiró confianza y le permití
que se sentara a mi lado, se acercó el dueño del local y le sirvió un trago de
whisky, barato, y se alejo.
Empezó a conversar, y convino en que
jamás me había visto por el lugar, que era la primera vez y que una de las
canciones que interpretó la toco para mi.
Vaya! Que honor! Agradecida por
su gesto; pero que puedo hacer por usted, le inquirí?
Nada, sólo que, a pesar de estar
rodeado de personas conocidas, no me siento capaz de entablar conversaciones
con ellas; usted me inspira confianza, respeto y me gustaría estar a su lado,
si me lo permite.
Como no tenía nada mejor que
hacer en ese momento, acepté su compañía y, entre trago y trago comentó parte
de su vida, nada sorprendente por su puesto.
Le comenté que estaba de paso, que estaba allí por unos días, ya que un familiar
se hospedaba en la zona.
Fue una conversación amena, hasta
que reparé en lo tarde que era y me dispuse a marchar, no sin antes cancelar lo
que habíamos consumido; pero él amablemente no me permitió que lo hiciera, con
pena le agradecí y salimos. Me abrigué, y dando pasos cortos por lo ameno de la
conversación, nos encaminamos hacia el malecón, una brisa fresca nos golpeaba
y, al clarear de la luna llena, observamos como la marea, un poco alta, dejaba
sentir la fuerza de las olas al romper contra las piedras que dispuestas
estaban para frenarlas.
Nos llamó la atención tres
sombras que en la oscuridad, arrastraban algo detrás de un peñero que se
encontraba ubicado a un costado del malecón y decidimos quedarnos quietos,
detrás de unos matorrales, para no ser observados, pues los hombres no daba
buena impresión.
Algo se traían, no era nada
bueno, lo que arrastraban, de repente empezó a cobrar vida y vimos con estupor
que era uno de los señores que horas atrás había estado compartiendo en el
local al lado del pianista; que a todas estás no lo he identificado, al igual
que yo. Vaya momento para hacerlo; me llamo Angélica; pero mis amigos me llaman
“lita” y él se llama Ricardo Espejel.
Al darse cuenta de quien era el
hombre al cual estaban agrediendo, la primera reacción de Ricardo fue salir en
su defensa; pero éramos 2 contra 3, y yo mujer; más sin embargo luego de
sopesar las consecuencias, nos arriesgamos y salimos al encuentro de los
malhechores, eso sí armados con piedras que agarramos y guardamos en nuestros
sacos, nos hicimos pasar por una pareja de enamorados que paseaban bajo la luz
de la luna; y al percatarse de nuestra presencia, quisieron disimular su
fechoría; pero al verse descubiertos quisieron agredirnos; haciendo nosotros
uso de las piedras que llevábamos logramos persuadir a los desalmados y huyendo
del lugar logramos recuperar al caballero que tendido en la arena se limpiaba
la sangre que manaba de su cabeza.
Le ayudamos, eran unos aprendices
de ladrón que no portaban ningún tipo de armas, pero lo sometieron porque tenía
unos tragos demás; le habían dejado sin sus pertenencias, pero estaba vivo, nos
agradeció la ayuda y pidió le acompañáramos hacia dónde se hospedaba, cerca de
dónde yo lo hacía; lo dejamos instalado en su habitación y luego de comentar lo
sucedido, tocó despedirnos; un beso suave rozó mi mejilla y por instinto le
devolví el beso, no sin antes sentir el olor suave que desprendía su cuerpo.
Al día siguiente, luego de hacer
parte de las compras que me aguardaban me encontré como habíamos acordado, con
mi tía, a la que le comenté lo sucedido la noche anterior; y luego de almorzar
con ella, la dejé en el Convento y recogiendo mis pasos me dirigía hacia la
posada, cuando me conseguí de frente con Ricardo quien me invitó a una pequeña
estancia donde vendían dulces artesanales, de lo más pintoresca; y allí
sentados, disfrutando de un chocolate y galletas de mazapán (únicas) pasamos la tarde.
Ya se acercaba la hora de la despedida y sentía que
algo estaba sucediendo dentro de mi; sentí tener que dejarle; pero al día
siguiente tenía que regresar a mi casa.
Me aguardaban mis pequeños, Candy y Romeo, dos perritos
mestizos hermosos, mis guardianes y compañeros y una agenda repleta de
compromisos.
Nos intercambiamos direcciones
y teléfonos y acordamos a que cuando
fuera a la ciudad, nos encontraríamos.
Así fue como al día siguiente,
luego de volvernos a encontrar y de despedirme de mi tía, regresé a casa, donde
me embargó la nostalgia…
No habían transcurrido las 3
horas, cuando sonó el teléfono; era Ricardo que quería saber cómo había llegado
y entre risas, me comentó que no había llamado antes, porque no quería pecar de
indiscreto.
Estuvimos conversando un par de
horas y así fue, sin proponérnoslo, como con la cercanía de nuestras voces, nació
una bella historia de amor.
Las pláticas continuaron día a
día, hasta que una mañana, tocan a mi puerta y con un hermoso ramos de rosas
rojas, le vi… apuesto, galán, atractivo, mucho más de cómo lo recordaba; fue un
momento maravilloso e inolvidable; nos abrazamos y el impulso hizo que nuestras
bocas se juntaran en un interminable beso, que sólo fue roto, por los
incontrolables ladridos de mis compañeros.
Largas horas de pláticas, salidas
y encuentros románticos, hasta que un día en una preciosa ensenada, tomando mis
manos y colocando un anillo en mi dedo, me ofreció matrimonio.
A pesar de que me parecía
prematuro, accedí, me llevó a conocer a su familia y luego de varios meses, nos
casamos; hoy día, felizmente comprometidos con esta unión esperamos nuestra
primera descendencia, una preciosa niña que hará que nuestra dicha y felicidad
sea aún mayor.
Dios nos ha bendecido y le
agradezco a la vida haber conocido a Ricardo en ese paseo que hice. De eso hace ya 3 años; aún sigo visitando a
mi tía; pero con él y nuestra pequeña, Ah! junto con Candy y Romeo, que
conforman este hermoso grupo familiar.
Autora: Iris Ponce